Sabemos que, socialmente, las madres son el ser más maravilloso, una fuente inagotable de amor incondicional. Después, uno va a la realidad y es realmente difícil, casi imposible, encontrar una madre así. Pero, hay un ser que compite casi a la par en el bullshit social: el mejor amigo del hombre.
Si hablamos del mejor amigo del hombre sabemos que este es un nombre que se usa machistamente, por así decirlo. O sea, cuando dicen que el perro es el mejor amigo del hombre, deberíamos darnos por aludidos ¡todos!.
Quiero confesar que me da miedo decir esto, ya que he escuchado las peores opiniones acerca de este grupo de personas al cual pertenezco: los que no somos los mejores amigos del mejor amigo del hombre. Acá es el momento donde directamente la sociedad nos bloquea como seres humanos. ¡¡¡¿¿¿Cómo es posible no amar a los perros???!!!, debés ser alguien desagradable.
En mi defensa, debo decir que de niña la única mascota que tuve fue una tortuga y Manuelita era bastante poco sociable. Aún así, yo siempre quise mucho a mi tortuga hasta que mi madre decidió regalarla porque se comía sus plantas.
Siempre había querido tener un perro. Ya de adulta, después de años de insistir, de encontrar todo tipo de justificaciones, logré que en mi casa aceptaran tener un perro. Y, como suele pasar, nadie se ocupaba del perro, solo yo. El perro, entiendo que es lo que correspondía, hacía pis en cuanto cm2 encontraba, masticaba zapatos como poseído, rasguñaba muebles y paredes, y demás cuestiones que mucha gente encuentra simpáticas, casi encantadoras. A mí se me hacía bastante difícil de soportar. Y, en el fondo, me sentía pésimo por no amarlo, como la sociedad manda. A veces, para incluirme más en la sociedad (y tener muchos likes), posteaba fotos del perro en redes, que la gente comentaba porque era realmente lindo. De hecho, había algunas personas que parecían fascinadas con el perro.
Cuando decidimos mudarnos a España, la idea era que el perro viniera con nosotros. Pero, hablando con las aerolíneas, nadie garantizaba que el perro pudiera viajar. Y, si lograba subir al avión, menos garantizaban que llegara vivo ya que debía ir en la bodega. El motivo era que los aviones iban llenos y, además, viajábamos en la época más calurosa en Argentina y llegábamos a España en el momento de más frío. Era realmente una decisión muy compleja, en un momento demasiado complejo y no encontrábamos una buena solución. Hasta que…. el perro hizo algo que resolvió todas las dudas que tenía: se subió a mi cama y ¡no entiendo cómo! dejó una caca simétricamente parada sobre mi almohada. Tampoco entiendo cómo el perro sabía que esa era mi almohada pero lo sabía. En ese instante, entendí que el perro tampoco me quería y todo empezó a resolverse.
Lo hablé con mi familia y les dije, el perro se queda. Al principio fue un shock pero nadie le daba bola, así que, me hice cargo de la situación. Le escribí a la mujer que más halagaba al perro por Instagram, le expliqué que nos estábamos yendo a vivir afuera y que se complicaba mucho llevarnos al perro. Le pregunté si lo quería. Y me dijo que sí. Ella estaba feliz, eufórica. Y yo también. Probablemente el perro también. La mujer tenía otros perros, y se iban el fin de semana al campo, a una casa donde podían correr y ser felices. Me contó que los perros dormían con ella y que los trataba como a hijos (eso no necesariamente significa que los trataba bien pero bueno…). Me pareció que era una “win-win-win situation”. Así que, para hacerla corta, el perro se fue a vivir con ellos.
A partir de eso, supe que los perros no son para mí. Así como hay gente que sabe que los niños no son para ellos y deciden no tener hijos. Pero, en el fondo, siempre sentí que esto fallaba en mí. Y tal vez no. No todos podemos ser el mejor amigo del mejor amigo del hombre.
Siempre diciendo lo que pocas se animan a contar. Leerte nos encanta y nos haces reir mucho!